'...y aún más profundo el
significado de la historia de Narciso, quien porque no pudo asir la
atormentadora y dulce imagen que vio en la fuente, se lanzó a ella y se
ahogó. Pero esa misma imagen la vemos nosotros en todos los ríos y
océanos. Es la imagen del fantasma inasible de la vida; y esa es la
clave de todo.'
Herman Melville, Moby Dick, 1851.
‘La posesión de una cámara puede inspirar algo semejante a la lujuria. Y
como todas las formas creíbles de la lujuria, nunca se puede saciar:
primero, porque las posibilidades de la fotografía son infinitas, y
segundo, porque el proyecto termina por devorarse a sí mismo’.
Susan Sontag
Existen nuevos géneros contemporáneos dentro de los tradicionales
(retrato, bodegón…) Uno de ellos se llama ‘tíos con móviles’ (guys with
iphones). Existen millones de ejemplos y cada día se crean miles de
ellos más. En su inmensa mayoría son autorretratos de hombres,
realizados con un dispositivo digital, como una cámara o teléfono móvil,
con el torso desnudo y frente al espejo de su cuarto de baño.
Recuerdo cuando en 1998 comenzó ‘el boom de las cámaras web’. Uno de
los más famosos en aquel momento, Sean Patrick, colocó cámaras por toda
su casa, y cualquier persona podía seguir su vida por internet 24 horas,
todos los días. Llegó a tener 70.000 seguidores, equivalente al estadio
de Wembley lleno hasta la bandera. Sean hacía lo mismo que cualquier
otra persona, ‘nada especial’, y se recordaba en la época que ‘hay algo
extremadamente erótico en observar a alguien desde la distancia’. Se
habló mucho del fin de la privacidad y la intimidad. Hoy internet está
lleno de personas que trasmiten sus vidas al unísono con otras, en las
más diversas plataformas, y muchos se comunican con los demás de forma
digital exclusivamente. Esa imagen íntima de alguien fotografiándose a
sí mismo, medio desnudo en el espacio doméstico más íntimo está ya lejos
de ruborizar a nadie. Y eso es quizá porque hay tantos millones de
hombres que lo han hecho, que es posible ser anónimo incluso mostrando
lo más personal.
Diego de los Reyes trata esa paradoja en su
primera exposición individual, poniendo al mismo nivel el retrato de
corte y el del amateur colgado en una red social. Equipara el retrato
casual y efímero y el digno de figurar en un museo. Y como un pintor de
cámara, pide a sus modelos que posen para él a través de sus cámaras
digitales. No elige al azar, exige que sus modelos posen para él y éstos
saben que serán inmortalizados en sus cuartos de baño. Diego pinta su
autorretrato a través de los autorretratos de otros, tanto para atrapar a
ese narciso que se nos escapa a todos como para intentar que alguno de
ellos envejezca por él, como el de Dorian Grey.
David Trullo, Madrid, enero 2013
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